Soy intransigente en pocas cosas, ya que son muy pocas las cosas que ocupan mi cerebro y por las que me preocupo. El pluralismo ideológico enriquece la vida y favorece las relaciones humanas, pero hay que levantar la voz y teclear el ordenador para contraponer las opiniones que uno considera necesarias para lograr un mundo más pacífico y libre de imposiciones forzosas. Dentro de esta libertad y con el único afán de mostrar posicionamientos arraigados debo manifestar que no estoy en la línea de reducir a ámbitos extraescolares una asignatura, la Religión, que, en contra de aseveraciones que leo o escucho, puede ayudar a los jóvenes en su lucha por aclarar las ideas sobre lo transcendente, los cánones que han conducido a millones de personas a encontrar algo de sentido a este mundo terrenal y perecedero.
La Religión no puede hacer daño a las conciencias. Otra cosa es que haya personas más idoneas que otras para impartirla como es debido.
Nunca he andado en mis clases (he sido profesor de esta materia durante treinta años) comiéndome el coco de mis alumnos, nunca he tenido el mínimo rasgo de extremista. Siempre he hablado del respeto a la libertad, de valores humanos y de la inmensa carga histórica que el cristianismo nos ha legado. Tampoco he dejado a un lado los deplorables hechos históricos que los malos cristianos, especialmente algunos jerarcas antiguos y actuales, han propiciado que muchos hombres de hoy rechacen todo lo que huela a incienso y cera.
La Religión ayuda a esclarecer dudas y debe andar libre de proselitismos fatuos y de integrismos que rechazo con todas mis energías.
martes, 15 de junio de 2010
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